De acuerdo con el
Espiritualismo Ético, el bien supremo es Dios, y para acceder a dicho bien (la
Unión Divina), tenemos que cumplir con la ley eterna que San Agustín describe
en su obra “El libre albedrío”. Dicha ley nos manda amar las cosas conforme su grado
de perfeccionamiento espiritual, y no preferir lo material a lo
espiritual, ni lo efímero a lo eterno,
ni lo cómodo y placentero a lo virtuoso.
Un discípulo serio del Espiritualismo Ético debe darle prioridad real,
demostrable, a los principios de la ética universal y de la metafísica, y a su vida
terrenal la debe ubicar en su respectivo lugar, proporcional a su importancia
real en relación con el grado de perfeccionamiento espiritual de las cosas. El
anterior compromiso debe reflejarse en un estilo de vida basado en alguna
medida en los principios ascéticos, estoicos, apáticos y ataráxicos (Filosofía
Clásica de los pensadores griegos), aunque se encuentre en plena sociedad de
consumo del siglo XXI. Y a pesar de sus naturales debilidades como ser humano,
debe tener la osadía y el coraje de practicar el arte de despreciar los bienes
materiales y personales porque carecen de valor espiritual, aunque al mismo
tiempo debe cumplir en forma satisfactoria con sus roles profesionales y
económicos. Todos los días debe levantarse con la misión de despreciar aquello
carente de valor espiritual, de desapasionarse de todo aquello que es objeto de
placer y deseo para su personalidad egoísta, porque el bien supremo es la Unión
Divina y tiene muy clara la estrategia requerida para alcanzar dicho bien.
Cuando el espiritualista ético, producto de su trabajo de meditación, viaja hacia su vida interior, tal desprecio y desapego se agigantan y robustecen, y logra alcanzar una alegría enorme que se genera en sus entrañas espirituales, en su relación con el Ser Supremo, y es por ella que logra apropiarse de la libertad absoluta, la que no depende de ningún tipo de bien material o personal. Y al tener la voluntad tan desarrollada como para ser capaz de despreciar los bienes exteriores, en verdad que es el auténtico dueño de su vida, de su alma y de su destino divino. Es una disciplina que requiere constancia, sacrificio, pasión por la trascendencia y por Unión Divina y coherencia con los principios de la ética universal.
El espiritualista ético, fiel a su estilo de vida basado en los principios ascéticos, estoicos, ataráxicos y apáticos, aborrece la sociedad de consumo, el capitalismo y su inherente depredación ambiental, las masas domesticadas culturalmente, que le brindan atención a las las estrellas y a los personajes mediáticos, llámese cine, deporte, política, literatura, ciencia, música, nobles y multimillonarios. Aborrece los medios de comunicación en manos de empresarios privados cuya estrategia oculta es la manipulación ideológica y la preservación de los actuales sistemas económicos de poder. Siente repugnancia por la inmensa mayoría de seres humanos que se consideran religiosos o espirituales, pero que a la vez son tan escasamente éticos. ¡Qué contradicción más decepcionante!
El espiritualista ético cree firmemente, en cuanto a que las personas que no logren alcanzar cierto nivel de ruptura de sus apegos con los bienes exteriores, producto de un trabajo consciente y planificado, y que no logren coherencia entre sus creencias religiosas o principios espirituales y la ética universal, no tendrán acceso una vez muertos, a un mayor grado de cercanía con la Unión Divina y tendrán por delante un arduo proceso de transformación espiritual. Es decir, tal y como lo expliqué en la anterior monografía (El Espiritualismo Ético y la Escatología Ecléctica), quedarán excluidos del estadio existencial de plenitud y quedarán confinados en el estadio existencial carencial.
En relación con lo que es la ética universal, les presento a continuación una introducción tomada del sitio http://www.eticauniversal.net/2009/05/declaracion-de-principios-en-torno-una.html Es un documento maravilloso y espléndido de lectura obligada para toda persona que busca la armonía entre su espiritualidad y la ética como medio para alcanzar la ansiada Unión Divina. Se trata de una declaración de principios fundamentales sobre lo que es la ética universal y acerca de su carácter esencialmente práctico. Dicha declaración nos brinda una guía sencilla de entender, dificilísima de poner en práctica si hablamos de hacerlo en forma metódica y sistemática, como forma habitual de vida. Entonces tenemos en frente un desafío épico que tenemos que aceptar con valor y con pasión.
Es un hecho constatable que, paralelamente a una gran transformación de las sociedades actuales, se está produciendo también la deshumanización de las mismas, una de las principales causas de los grandes problemas de la humanidad. Esto lleva aparejados una gran miseria moral y un vacío de valores éticos, que, además de ser fuente de fanatismos e ignorancias, son causa también de la miseria física, la intolerancia y el declive social, cultural y, finalmente, económico.
Como se reconoce en la
introducción a la carta de constitución de la UNESCO: “puesto que las guerras
nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben
erigirse los baluartes de la paz”.
Urge, en consecuencia, el fortalecimiento de valores éticos en todos los órdenes en que se articula nuestro mundo actual, desde la convivencia social a las estructuras educativas, profesionales, políticas, económicas, etc.
Afirmamos la existencia de unos principios éticos universales, que nacen del reconocimiento de la dignidad humana y de la necesidad de su pleno desarrollo en convivencia, en armonía y en paz.
Se trata de valores universales
que, respetando la diversidad, la multi-culturalidad, las creencias y las
religiones, trasciendan los propios valores culturales y confluyan en unos
principios comunes inherentes a todo ser humano, más allá de su raza, cultura o
credo.
Por ello, ningún sistema
político, social o religioso debe suplantar la autoridad de dichos valores en
la conciencia de cada individuo.
Entendemos los valores éticos como aquellos que producen un bien moral, es decir, que respetan, mejoran y perfeccionan la condición humana. Esta aspiración hacia lo mejor ha ido desarrollando en los diversos marcos históricos y culturales diferentes normas morales. Pero cuando estas normas se desarraigan de la esencia de los valores éticos profundos que les dieron nacimiento, se vuelven rígidas cual una cáscara vacía y contrarias al fin para el que nacieron.
El bien común ha de ser la meta más elevada, una meta que no anule al individuo, sino que lo potencie, pero que no permita que ese bien común sea vulnerado por los intereses individuales de unos pocos.
No habrá paz ni justicia social sin una ética individual, especialmente arraigada en el comportamiento personal de los responsables sociales, políticos, económicos, etc.
Los estamentos sociales han de
dotarse de valores éticos sólidos, que fortalezcan sus fines de servicio a las
naciones. Todas las estructuras sociales (medios de comunicación,
organizaciones empresariales, instituciones públicas y privadas, organizaciones
políticas, religiosas, educativas, etc.) están constituidas por personas que,
más allá de los códigos deontológicos corporativos, deben vivir una ética
individual como la más firme garantía de justicia social.
La práctica habitual de las
virtudes éticas hace al hombre moral, favorece la convivencia y la justicia y
dispone hacia la felicidad. Esas virtudes éticas son, por ello, los principales
soportes de una sociedad justa, libre y solidaria.
La vivencia de los valores se refuerza con un sentido profundo y no superficial de la cultura.
La ignorancia, el embrutecimiento
y el fanatismo no favorecen el florecer de los valores éticos.
Necesitamos, por tanto, una
educación y una cultura humanísticas que refuercen y confirmen los valores
humanos y las características que hagan crecer lo mejor del género humano, que
nos permitan saber todo aquello que favorece el sano desenvolvimiento de las
facultades del hombre, desde lo físico hasta lo emocional y lo mental.
Pensamos que la educación debe
servir al desarrollo del individuo y no a los intereses económicos
predominantes.
Pensamos que es necesario
fomentar la cultura como un conocimiento global, como una experiencia profunda
de la humanidad que recoja su historia, sus logros, sus errores, expresados en
el conjunto de sus valores permanentes, conocimientos científicos, creencias y
experiencias, que van siendo acumuladas generación tras generación.
El desarrollo de los valores ha de promoverse de forma conjunta y complementaria, pues es desde la armonía e integración de diferentes valores como se puede garantizar una ética sin extremismos deformantes que pierdan de vista la globalidad del ser humano.
Una vez más, queremos repetir la
idea de que es desde una ética sólida individual desde donde se puede construir
una justicia y una convivencia social.
VIVIR Y FOMENTAR EL DESARROLLO DE LOS VALORES UNIVERSALES
Aunque son muchos los valores que
podríamos reconocer como universales, desde esta plataforma queremos resaltar
como punto de partida una serie de valores esenciales, valores universales
con los que los abajo firmantes nos comprometemos en el esfuerzo por vivirlos
personalmente y promoverlos colectivamente.
.- Amor a la verdad y al
conocimiento.
Es necesario desarrollar y vivir
el amor a la verdad y el conocimiento como una aspiración natural más allá del
entorno cultural y religioso.
El amor a la verdad parte de la
legítima aspiración por desarrollar el propio discernimiento y comprensión del
mundo y de uno mismo.
.- La honestidad y la integridad
personal.
El mundo necesita que los seres
humanos vivamos con honestidad, con coherencia con nuestros propios principios
y nuestro sentido del bien y la justicia, esa unidad entre pensamiento,
sentimiento y acción que se manifiesta como sinceridad y fortaleza moral para
no dejarse arrastrar por las oportunidades de corrupción que se nos presentan.
Solo la honestidad produce
ejemplo, y el ejemplo es el imprescindible motor de la transmisión de valores y
de la confianza en los poderes públicos representados en sus responsables.
.- Bondad y amor.
La bondad y el amor son el nexo
que hace posible la concordia y la unión entre los seres. Los hombres y mujeres
necesitamos fomentar esa predisposición constante hacia el bien, que se nutre
del inegoísmo y busca lo mejor para los demás.
Quien posee bondad de corazón no
pretende beneficios ni éxitos personales a costa del perjuicio de los demás.
.- La sensibilidad hacia la
belleza.
La sensibilidad estética
despierta en el ser humano resonancias hacia el bien, la armonía y el
discernimiento. Si la ética la podemos entender como belleza interior, debemos
también propiciar la belleza en lo que nos rodea. Belleza exterior e interior
deben ir unidas.
Por ello, pensamos que el arte,
como instrumento civilizatorio, puede contribuir a la creación de espacios,
entornos y manifestaciones culturales que fomenten lo mejor del ser humano.
Pero es necesario que el arte camine de la mano de la creatividad y la belleza
y no de la mano del mercantilismo.
.- Respeto por el medio ambiente
y la vida en general.
El ser humano está integrado en
la Naturaleza. Forma parte de su maravillosa manifestación de vida.
No podemos entender la Tierra,
los mares, los árboles ni los animales como meros objetos a nuestro servicio.
Todo perjuicio que hagamos a este
maravilloso sistema de la Naturaleza, además de ser un atentado contra la vida,
acabará recayendo sobre nosotros.
El respeto a la vida, al medio
ambiente y a su necesario equilibrio es el fruto natural de entender la unidad
sustancial de la vida, y al hombre como parte de ella.
.- Sentido de la vida y
trascendencia espiritual.
Ya sea desde la fe, desde la
ética o desde la filosofía, cuando el hombre reconoce su dimensión profunda o
espiritual como parte de sí mismo, así como una dimensión profunda en el
universo que le da sentido, llámese Dios, Causa o Esencia, esta otorga un
sentido a la vida donde los valores y cualidades éticas adquieren una mayor
relevancia en nuestro propio desarrollo y el de la humanidad.
Este motor espiritual unido a los
demás valores de discernimiento, amor a la verdad, compromiso social y bondad,
ha movido y puede seguir moviendo el desarrollo de la humanidad en todos los
órdenes de la vida, desde el progreso material hasta el intelectual y moral.
.- Sentido de la justicia
asentado en un gran humanismo.
Se ha definido la justicia como
dar a cada cual lo que corresponde según su naturaleza y sus actos. Entendemos
que ese sentido de la justicia se expresa como equilibrio y armonía, que
contempla siempre todas las necesidades de los seres humanos y la distribución
equitativa de oportunidades, a la vez que respeta el derecho a progresar
gracias al propio esfuerzo.
Los intereses particulares de las
naciones, los intereses de partido, los intereses económicos, etc., no pueden
suplantar a la verdadera justicia social promoviendo leyes que vulneren los
derechos humanos y el derecho esencial al desarrollo en dignidad como persona.
Insistimos, una vez más, en que
no habrá justicia social sin una afirmada ética individual.
.- Responsabilidad y sentido del
deber.
Debemos valorar la
responsabilidad y el sentido del deber entendidos como expresión del individuo
comprometido en desarrollar y aportar lo mejor de sí mismo, como base de su
realización personal y de su servicio al bien común.
.- Fraternidad universal.
Creemos necesario entender el
vínculo y unidad esencial existente entre todos los seres humanos más allá de
sus razas, creencias y condiciones sociales; entender la humanidad como una
gran familia donde debe reinar la paz, el entendimiento y la solidaridad.
El espíritu de fraternidad se
apoya en el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de su libertad
para elegir su vida y sus creencias en el marco natural de respeto a los
valores universales y los derechos humanos.
.- Tolerancia activa.
En este sentido, baste reflejar
las palabras recogidas en la “declaración de principios sobre la tolerancia” de
la 28 reunión de la Conferencia General de la UNESCO, en París, el 25 de
octubre de 1995:
“La tolerancia consiste en el respeto,
la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro
mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el
conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de
pensamiento, de conciencia y de religión.
La tolerancia consiste en la
armonía en la diferencia. No solo es un deber moral, sino además una exigencia
política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz,
contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz…
…Tolerancia no es lo mismo que
concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una
actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las
libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para
justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales…
…Supone el rechazo del dogmatismo
y del absolutismo y afirma las normas establecidas por los instrumentos
internacionales relativos a los derechos humanos”.
.- Compromiso social.
Consideramos necesario un
compromiso social que sea el natural resultado del espíritu de fraternidad, de
la bondad y del sentido de la justicia. El bien común es fruto del compromiso
individual de aquellos que hacen suyos los ideales de progreso de la humanidad.
Los valores civilizadores
expresados en el arte, la ciencia, la religión y la política solo pueden ser
fruto de un esfuerzo de los individuos por desarrollar y poner en común lo
mejor de la humanidad. Deben también reflejar su aspiración hacia los altos
valores que anhelamos.
Cuando la ciencia busca la verdad
y el conocimiento; la espiritualidad y la religión, la bondad y el amor; el
arte, la belleza; y la política, la justicia, se puede lograr una armonía
insospechada que nos conduzca a forjar sólidamente un mundo mejor.
Un mundo mejor es posible desde el esfuerzo individual inspirado por unos profundos valores universales
Los abajo firmantes nos
comprometemos en el esfuerzo por vivir lo expuesto en esta declaración
personalmente, y en promover su contenido en la sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario