ORACIONES DEL CRISTIANISMO MÍSTICO

viernes, 18 de septiembre de 2015

El Espiritualismo Ético, la ley eterna y los actos morales buenos y malos (III)

Procede San Agustín en el mismo capítulo XIII, a brindar la definición de cada una de las virtudes cardinales:
“…es la prudencia el conocimiento de las cosas que debemos apetecer y de las que debemos evitar”
“  Y la fortaleza, ¿no es acaso aquella inclinación del alma por la que despreciamos todas las incomodidades y la pérdida de las cosas cuya posesión no depende de nuestra voluntad?”
“ Y la templanza es aquella disposición que modera y reprime el deseo de aquellas cosas que se apetecen torpemente…”
En relación con la templanza, dice San Agustín que es la virtud que refrena las pasiones y agrega: “¿Qué hay tan enemigo de la buena voluntad como la pasión desarreglada? Por donde fácilmente comprenderás que este amante de su buena voluntad ha de resistir y combatir las pasiones por todos los medios posibles,  y que justamente, por tanto, se dice que tiene la virtud de la templanza”
Y en relación con la buena voluntad, le explica el gran filósofo medieval a su discípulo Evodio: “… es dichoso el hombre amante de su buena voluntad y que ante ella desprecia todo lo que se estima como bien, y cuya pérdida puede sobrevenir aún a pesar de la firme voluntad de conservarlo”
“ Si, pues, amamos y abrazamos asimismo con todo el afecto de nuestro corazón a esta nuestra buena voluntad, y la preferimos a todas las cosas que no podemos retener con nosotros, aunque queramos, síguese que moran en nuestra alma aquellas virtudes en cuya posesión consiste precisamente el vivir recta y decentemente, como la razón nos lo ha demostrado. De donde resulta que el que quiere vivir recta y decentemente, si realmente prefiere este querer a los bienes fugaces de la vida, conseguirá indudablemente ese tan inmenso bien…”
El capítulo XV lleva como título “EXTENSIÓN Y SIGNIFICACIÓN DE LA LEY ETERNA Y DE LA LEY TEMPORAL”
Nos dice San Agustín que según la Ley Eterna, la vida feliz debe atribuirse  a la buena voluntad  y la miserable a la mala. Además, afirma que quien ama la Ley Eterna sobre todas las cosas, con vehemencia y con plena fidelidad, vive rectamente y en consecuencia, vive perfectísimamente ordenado, porque está amando un bien que es eterno e inmutable. Muy diferente es el caso de las personas que perseverando en su mala voluntad, continúan amando las cosas mudables y temporales en lugar de buscar la sabiduría y el perfectísimo ordenamiento de sus vidas. Para ellas, la desdicha es su justa retribución según la Ley Eterna.
Luego, en el mismo capítulo XV, ante una pregunta hecha por San Agustín, Evodio le contesta: “…aquellos a quienes el amor de las cosas eternas hace felices, viven a mi modo de ver, según los dictados de la Ley Eterna, mientras que los infelices viven sometidos a la ley temporal”
Luego le pregunta San Agustín a Evodio: “¿Manda, por consiguiente, la Ley Eterna que apartemos nuestro amor de las cosas temporales y lo convirtamos purificado a las cosas eternas?” Y por supuesto que Evodio responde: “Lo manda”
En el capítulo XVI, que es el último del Libro Primero de El Libre Albedrío, afirma San Agustín que existen “…dos géneros de cosas, eternas unas y temporales otras, e igualmente dos suertes de hombres, unos que siguen y aman las eternas y otros que siguen y aman las temporales…” Además le explica a su discípulo Evodio, que “…el obrar mal no consiste sino en despreciar las cosas inmutables… y en seguir por el contrario, como cosa grande y admirable, las cosas mudables, que se gozan por el cuerpo, parte más baja del hombre, y que nunca podemos tener como verdaderas. A mí me parece que todas las malas acciones, es decir, todos los pecados, pueden reducirse a esta sola categoría”  
Si hacemos un compendio de todo lo que hemos visto hasta aquí y lo incorporamos a las definiciones iniciales de la Ley Eterna que aparecen en la primera parte, entonces nuestra definición ampliada de dicha ley quedaría de la siguiente manera: es aquella norma sustentada en la propia razón del Poder Superior, que nos manda amar las cosas ORDENADAMENTE, conforme su grado de perfeccionamiento espiritual, y no preferir lo material a lo espiritual, ni lo efímero a lo eterno, ni lo cómodo y placentero a lo virtuoso.  

Una vida regida por la buena voluntad y por el cumplimiento riguroso de la Ley Eterna, es una vida perfectísimamente ordenada, en la que -tal y como lo vimos en la segunda parte de esta trilogía- la mente inegoísta del individuo tiene el mando supremo sobre la libídine y además, está plenamente respaldada por un estilo de vida con énfasis en el perfeccionamiento espiritual (estudio de la sabiduría universal, reflexión, oración, meditación, auto evaluación del mejoramiento continuo como aspirante espiritual o insipiente, puesta en práctica de las herramientas para dominar las pasiones, etc.), en el cultivo de la paz y de las virtudes cardinales y teologales, en una vida modesta y austera en lo material, en la disposición al sacrifico en función de los demás, etc. Luego, un acto moralmente bueno, es aquel que se encuentra  sustentado en la Ley Eterna, y en consecuencia, el hombre que vive gobernado por la Ley Eterna, se encuentra perfectísimamente ordenado hacia un fin, que es utilizar su vida como medio para evolucionar espiritualmente y en consecuencia, para aspirar a la Unión Divina antes y después de su muerte. Y en este sentido, la Misión de la Fe Transcendental que ya hemos conocido a fondo en todas las anteriores monografías, es un medio idóneo para cumplir cabalmente con la Ley Eterna.