El capítulo XI de El
Libre Albedrío tiene el siguiente título: LA MENTE QUE DE SU PROPIA VOLUNTAD SE
SOMETE A LA LIBÍDINE JUSTAMENTE ES CASTIGADA (por el temor de perder o por la
pérdida consumada de bienes materiales-personales).
Entre los elementos más
importantes de este capítulo, dice San Agustín: “…en modo alguno puede ser
injusta aquella naturaleza, sea la que fuere (se refiere a Dios), que es
superior a la mente virtuosa. Así que ni ésta, aunque más poderosa, obligará
jamás a la mente a someterse a la libídine”. Por lo tanto, “…ninguna otra cosa
hace a la mente cómplice de la pasión sino la propia voluntad (cuando no está
clarificada) y el libre albedrío”
En relación con el
castigo que sufren los que “no poseen la sabiduría” y se entregan
voluntariamente al imperio de la libídine, San Agustín se toma su tiempo para
analizar detalladamente las consecuencias de semejante acto retorcido y alejado
del camino de la virtud: “…las pasiones ejercen su dominio sobre ella (la mente) cruel y tiránicamente,
y que a través de mil y encontradas tempestades perturban profundamente el
ánimo y vida del hombre, de una parte, con el temor, y de otra, con el deseo;
de una, con angustia, y de otra, con vana y falsa alegría; de una, con el
tormento de la cosa perdida y muy amada, y de otra, con el ardiente deseo de
poseer lo que no se tiene; de una, con sumo dolor por la injuria recibida, y de
otra, con anhelo de venganza. Adondequiera que se vuelva, la avaricia le acosa,
la lujuria le consume, la ambición le cautiva, la soberbia le hincha, la envidia
le atormenta, la desidia le anonada, la obstinación le aguijonea, la
humillación le aflige, y es, finalmente, el blanco de otros innumerables males
que lleva consigo el imperio de la libídine”
El capítulo XII se
titula “LOS QUE SE SOMETEN A LAS PASIONES, JUSTAMENTE SUFREN LAS PENAS DE ESTA
VIDA MORTAL…”
En este capítulo
reitera San Agustín que quienes han abandonado el reino de la virtud (o como lo
ha llamado en capítulos anteriores: el reinado del espíritu, el señorío de la
mente) y han elegido servir a la libídine, a las pasiones, sufrirán las penas
de la vida mortal.
Luego San Agustín
define un concepto extremadamente importante para la comprensión del destino
escatológico (el desenlace de la supervivencia espiritual) del ser humano: la buena voluntad. El filósofo medieval
la define así: “Es la voluntad por la que deseamos vivir recta y decentemente y
llegar a la suma sabiduría”
Una buena voluntad es
una voluntad clarificada y espiritual, y una vida recta y decente, es una vida
orientada por el recto camino de las virtudes.
En relación con el
valor inestimable de una buena voluntad, dice San Agustín que dicho bien no
tiene comparación alguna con las riquezas, con los honores y con los placeres.
“El que tiene esta
buena voluntad tiene ciertamente un bien, que debe preferir con mucho a todos
los reinos terrenos y a todos los placeres del cuerpo. Más el que no la tiene,
carece, sin duda, de lo que es superior a todos los bienes que no está en
nuestro poder poseer”
El capítulo XIII lo
titula San Agustín así: “POR PROPIA VOLUNTAD VIVIMOS UNA VIDA FELIZ O UNA VIDA
MISERABLE”
Imperativo aclarar en
relación con el título dos cosas. Primero, cuando San Agustín habla de
felicidad, se refiere al concepto sabio y virtuoso de felicidad, producto de
una vida perfectísimamente ordenada, en la que la mente inegoísta de un hombre
o de una mujer, tiene el mando supremo sobre la libídine (el universo de deleites,
apegos, deseos y pasiones) y está plenamente respaldada por un estilo de vida con
énfasis en el perfeccionamiento espiritual, en el cultivo de las virtudes
cardinales y teologales, en una vida modesta y austera en lo material, en la
disposición al sacrifico en función de los demás, etc. Muy diferente, es la
acepción vulgar de felicidad de las
personas que pertenecen al gran rebaño de ovejas domesticadas (cultural y
religiosamente) y que son la inmensa mayoría de seres humanos), subyugados por
el reino de la libídine. En este caso, su felicidad está condicionada por lo
que tiene y aspira a tener (deleites, apegos, deseos, pasiones). Es decir, es
el concepto de felicidad que corresponde a una vida totalmente desordenada y
retorcida, donde lo más imperfecto prevalece sobre lo más perfecto.
En síntesis, son dos cosas
diametralmente opuestas, la felicidad
del sabio (o aspirante espiritual o practicante incipiente), y la felicidad del necio.
Segundo, el necio puede
ser que esté disfrutando y presumiendo de una vida llena de opulencia, de éxito
material-personal, de reconocimiento, de placeres y de alabanzas. Sin embargo,
por su desconocimiento de la sabiduría y por comprometer su vida al reino de
las pasiones, es tan extremadamente torpe que ignora que su vida es miserable.