ORACIONES DEL CRISTIANISMO MÍSTICO

sábado, 6 de junio de 2015

El Espiritualismo Ético, la ley eterna y los actos morales buenos y malos (II)

El capítulo XI de El Libre Albedrío tiene el siguiente título: LA MENTE QUE DE SU PROPIA VOLUNTAD SE SOMETE A LA LIBÍDINE JUSTAMENTE ES CASTIGADA (por el temor de perder o por la pérdida consumada de bienes materiales-personales).
Entre los elementos más importantes de este capítulo, dice San Agustín: “…en modo alguno puede ser injusta aquella naturaleza, sea la que fuere (se refiere a Dios), que es superior a la mente virtuosa. Así que ni ésta, aunque más poderosa, obligará jamás a la mente a someterse a la libídine”. Por lo tanto, “…ninguna otra cosa hace a la mente cómplice de la pasión sino la propia voluntad (cuando no está clarificada) y el libre albedrío”
En relación con el castigo que sufren los que “no poseen la sabiduría” y se entregan voluntariamente al imperio de la libídine, San Agustín se toma su tiempo para analizar detalladamente las consecuencias de semejante acto retorcido y alejado del camino de la virtud: “…las pasiones ejercen su dominio  sobre ella (la mente) cruel y tiránicamente, y que a través de mil y encontradas tempestades perturban profundamente el ánimo y vida del hombre, de una parte, con el temor, y de otra, con el deseo; de una, con angustia, y de otra, con vana y falsa alegría; de una, con el tormento de la cosa perdida y muy amada, y de otra, con el ardiente deseo de poseer lo que no se tiene; de una, con sumo dolor por la injuria recibida, y de otra, con anhelo de venganza. Adondequiera que se vuelva, la avaricia le acosa, la lujuria le consume, la ambición le cautiva, la soberbia le hincha, la envidia le atormenta, la desidia le anonada, la obstinación le aguijonea, la humillación le aflige, y es, finalmente, el blanco de otros innumerables males que lleva consigo el imperio de la libídine”
El capítulo XII se titula “LOS QUE SE SOMETEN A LAS PASIONES, JUSTAMENTE SUFREN LAS PENAS DE ESTA VIDA MORTAL…”
En este capítulo reitera San Agustín que quienes han abandonado el reino de la virtud (o como lo ha llamado en capítulos anteriores: el reinado del espíritu, el señorío de la mente) y han elegido servir a la libídine, a las pasiones, sufrirán las penas de la vida mortal.
Luego San Agustín define un concepto extremadamente importante para la comprensión del destino escatológico (el desenlace de la supervivencia espiritual) del ser humano: la buena voluntad. El filósofo medieval la define así: “Es la voluntad por la que deseamos vivir recta y decentemente y llegar a la suma sabiduría”
Una buena voluntad es una voluntad clarificada y espiritual, y una vida recta y decente, es una vida orientada por el recto camino de las virtudes.
En relación con el valor inestimable de una buena voluntad, dice San Agustín que dicho bien no tiene comparación alguna con las riquezas, con los honores y con los placeres.
“El que tiene esta buena voluntad tiene ciertamente un bien, que debe preferir con mucho a todos los reinos terrenos y a todos los placeres del cuerpo. Más el que no la tiene, carece, sin duda, de lo que es superior a todos los bienes que no está en nuestro poder poseer”
El capítulo XIII lo titula San Agustín así: “POR PROPIA VOLUNTAD VIVIMOS UNA VIDA FELIZ O UNA VIDA MISERABLE”
Imperativo aclarar en relación con el título dos cosas. Primero, cuando San Agustín habla de felicidad, se refiere al concepto sabio y virtuoso de felicidad, producto de una vida perfectísimamente ordenada, en la que la mente inegoísta de un hombre o de una mujer, tiene el mando supremo sobre la libídine (el universo de deleites, apegos, deseos y pasiones) y está plenamente respaldada por un estilo de vida con énfasis en el perfeccionamiento espiritual, en el cultivo de las virtudes cardinales y teologales, en una vida modesta y austera en lo material, en la disposición al sacrifico en función de los demás, etc. Muy diferente, es la acepción vulgar  de felicidad de las personas que pertenecen al gran rebaño de ovejas domesticadas (cultural y religiosamente) y que son la inmensa mayoría de seres humanos), subyugados por el reino de la libídine. En este caso, su felicidad está condicionada por lo que tiene y aspira a tener (deleites, apegos, deseos, pasiones). Es decir, es el concepto de felicidad que corresponde a una vida totalmente desordenada y retorcida, donde lo más imperfecto prevalece sobre lo más perfecto.
En síntesis, son dos cosas diametralmente opuestas, la felicidad del sabio (o aspirante espiritual o practicante incipiente), y la felicidad del necio.

Segundo, el necio puede ser que esté disfrutando y presumiendo de una vida llena de opulencia, de éxito material-personal, de reconocimiento, de placeres y de alabanzas. Sin embargo, por su desconocimiento de la sabiduría y por comprometer su vida al reino de las pasiones, es tan extremadamente torpe que ignora que su vida es miserable.