“Y
qué es la felicidad? Un estado de plenitud interna desbordante que no tiene que
ver con ningún condicionamiento externo”. Susana López, monja budista de El
Garraf.
“La
alegría no tiene causa y surge de adentro como alegría de Ser; es parte
esencial del estado interior de paz…La paz de Dios”. Eckart Tolle.
Los
disidentes del gran rebaño procuramos en la medida de nuestras limitadas
posibilidades, tener un estilo de vida coherente con el Perfecto Orden Divino
de la Ley Eterna, la cual nos manda amar las cosas ordenadamente conforme dicho
orden, de tal manera que no debemos preferir lo material a lo espiritual, ni lo efímero a lo eterno ni lo cómodo y
placentero a lo virtuoso. Para guardar fidelidad con el Orden Divino,
necesitamos liberarnos del dominio tan enorme que ejercen los deseos y las
emociones, así como de los placeres que nos deparan los bienes exteriores y
también, de los apegos enquistados en éstos últimos. Tengamos muy claro que la
impenitencia caracteriza en forma clara y precisa a la naturaleza humana, pero
haciendo una aclaración: la obsesión no es con el pecado en su forma ortodoxa y
convencional, sino con los bienes materiales/personales y con todo tipo de
condicionamiento exterior (aquí podemos incluir los motivos, los deseos, las
emociones). Nuestra mente egoísta y calculadora (Kama Manas) nos impide entender
y ser conscientes de que no debemos ser
tan débiles, tan mediocres, tan mezquinos, tan endebles, tan miserables,
como para necesitar siempre de condicionamientos exteriores surtidores de
placeres transitorios para encontrarle un sentido lógico a nuestras vidas (lo cual
es evidencia clara de que no contamos con ningún grado de expansión de nuestra conciencia).
La impenitencia histórica de la humanidad mantiene anclado al hombre en su
cuaternario inferior (es decir, en su naturaleza animal instintiva y egoísta) y
hasta las mismas religiones monoteístas -por su carácter exotérico- se han
encargado de reforzar ese repudiable destino.
De
tal manera que somos seres cuyo bienestar siempre está condicionado a elementos
o motivos externos. No somos más que meros engranajes –fácilmente sustituibles-
de una maquinaria con disfraz de sociedad, orientada al trabajo remunerado, al
consumo, al desarrollo material y pragmático,
a la ostentación, a la acumulación. La libertad individual que
disfrutamos al formar parte de semejante maquinaria está condicionada por la
dependencia con los deseos y las emociones, por los apegos y los placeres, por
una vida que requiere de motivos exteriores y casi todos superficiales para que
tenga sentido. Por todo lo anterior, nuestra libertad individual se encuentra restringida
a lo que YO TENGO, cuando lo idóneo es que sea una libertad muy amplia (sin
condicionamientos exteriores), y para lo cual debería estar sustentada fundamentalmente
en lo que YO SOY (expansión de la conciencia y el entendimiento). Y cuanto más
logremos expandir nuestra conciencia y entendimiento, más nos acercaremos a la
Libertad Absoluta.
En
la monografía anterior, habíamos indicado que para lograr dicha expansión, se
requiere de un acervo de recursos intelectuales y espirituales que deben formar
parte del “portafolio” de todo profesional del Espiritualismo Ético, y
al final de la monografía hicimos un recuento de todas esas herramientas tan
importantes. En la medida que seamos capaces de expandir nuestra conciencia y entendimiento
y además, como segunda condición, de cultivar y desarrollar hábitos éticamente
correctos que le permitan crecer a nuestra voluntad
clarificada y espiritual, tales
como por ejemplo, un estilo de vida modesto, discreto, austero, ordinario (solo
externamente) y comprometido con el logro de la Unión Divina; un estilo de vida
con rasgos ascéticos, estoicos, apáticos
y ataráxicos; un estilo de vida fiel al Perfecto Orden Divino de la Ley Eterna;
un estilo de vida gobernado por el Yo Superior o Triada, y no por el yo
inferior o cuaternario; un estilo de vida con alto grado de misticismo, de
reflexión y de meditación, entonces en esa misma medida podremos disfrutar en
forma habitual de la Libertad Absoluta, no solo durante las meditaciones sino
también como algo normal dentro de nuestra rutina de vida. Y lo importante
aquí, es que dicha Libertad Absoluta es el sustento de la Felicidad Absoluta,
es el paso previo, la condición necesaria para acceder a esa que es la
experiencia mística más arrebatadora y elocuente de todas.
Recordemos
que el cuaternario inferior del ser humano está conformado por cuatro tipos de
cuerpos que son: el físico, el vital energético, el astral (las emociones) y la
mente de deseos, egoísta/calculadora. Todos los hombres y mujeres por
definición estamos sometidos en mayor o en menor grado al dominio mental de
dicho cuaternario. Existe un pequeño grupo de seres humanos que hemos reconocido
e identificado dicho fenómeno y nos hemos convertido en emprendedores espirituales, es decir, en personas que luchamos
contra el cuaternario y aspiramos a ejercer un cierto control sobre él, con
base en el desarrollo de nuestra Triada Superior (conformada por la
inteligencia inegoísta, por la intuición y por la voluntad
clarificada/espiritual). Y por otro lado, existe un grupo constituido por la
inmensa mayoría de habitantes del planeta que para empezar no se cuestionan
adecuadamente la deplorable situación de la especie humana, y por ende, mucho
menos van a acceder y a entender los fundamentos necesarios para revelarse
contra el régimen totalitario de la personalidad. Este enorme grupo es el gran
rebaño.
Indistintamente
de si eres un emprendedor espiritual o un miembro más del gran rebaño, lo
cierto es que a todos los seres humanos nos cuesta muchísimo (a los segundos
mucho más que a los primeros por supuesto) concebir la felicidad si la misma no
está condicionada a la posesión de determinado bien tangible o intangible (que
por definición son de carácter externo). Los hombres y mujeres tenemos
diferentes tipos de necesidades y diferentes escalas de valor para las mismas. La felicidad de nuestra
personalidad egoísta (o de nuestro cuaternario inferior) depende
imperativamente de la satisfacción de las mismas. Para que haya felicidad, debe
haber un sentido o una razón de ser de la vida, en caso contrario nos
sentiríamos totalmente vacíos. Es decir, necesitamos de motivos, los cuales nos
inducen a buscar la satisfacción de necesidades, las cuales lamentablemente están
condicionadas por elementos exteriores. Pero pensemos en lo siguiente: Todos
aspiramos a una vida eterna luego de morir, pero en dicha vida o estadio
existencial -si efectivamente es eterna e inmaterial- no pueden existir las
necesidades de ningún tipo, ni las emociones y nos deseos, ni las pasiones, ni
los motivos, nada de esto tiene sentido o utilidad. Nuestra felicidad en el
plano terrenal se sustenta en motivos exteriores –ajenos a nuestra vida
interior- y en necesidades satisfechas o aspiraciones, pero en el plano
inmaterial y eterno, ella no puede sustentarse en nada que represente un
condicionamiento, como lo es el caso típico de una necesidad satisfecha o por
satisfacer. Surge así una terrible contradicción, ya que en esta vida buscamos
la felicidad con base en lo que Yo Tengo (nuestro yo inferior o cuaternario),
pero en la futura vida eterna tendremos que ser felices con base en lo Yo Soy
(nuestro yo superior o Triada). ¿Estaremos preparados de antemano para un
cambio existencial tan radical y misterioso? ¿Y si aún estamos muy apegados con
los bienes exteriores? (Recordemos que nuestros principales apegos se
manifiestan con el yo inferior de nuestros seres amados y congéneres en
general; con los placeres y deseos no virtuosos; con los bienes materiales y
personales en general; con la vanidad y con los problemas y las preocupaciones).
¿Y si el Poder Superior considera que aún no estamos preparados para semejante
cambio? Y de ser así ¿Nos podría someter a algún tipo de proceso de aprendizaje
que implique dolor y sacrificio? Con estas preguntas entramos en el tema de la
escatología, por lo que deberíamos revisar lo propuesto en una monografía anterior
titulada “El Espiritualismo Ético, el Dharma y la Escatología Esotérica”.
Pero
retomemos el punto inicial de discusión de éste último párrafo y de toda esta
monografía: la esencia de la Felicidad Absoluta. Si la felicidad de un ente inmaterial está
desprovista de motivos, de deseos, de emociones, de placeres, de pasiones, de
bienes materiales y personales, y si sabemos que al morir seremos entes
inmateriales, entonces ¿Nos le parece lógico, correcto e imperativo tratar de
experimentar ese mismo tipo de felicidad en esta vida terrenal llena de
ilusiones con las cosas transitorias y de ignorancia en relación con la
Sabiduría Antigua? ¿No creen ustedes que es lo menos que el Poder Superior
puede esperar de nosotros como condición para acceder a la unión con Él?
Y
tal y como lo vimos en un párrafo anterior, el paso previo para acceder a la
Felicidad Absoluta es la Libertad Absoluta. El proceso completo es así: Primero
tenemos que cumplir con el Principio de la Incondicionalidad no sólo durante
nuestras sesiones de meditación, sino también durante nuestra rutina de vida,
es decir, es un fundamento que debemos incorporar a nuestro estilo de vida que
nos diferencia del gran rebaño. Es uno de esos hábitos éticamente correctos que
debemos cultivar y desarrollar para estimular el crecimiento de nuestra
voluntad clarificada y espiritual. Básicamente dicho principio consiste en
aprender a tener una vida de calidad sin requerir de motivos exteriores, de
deseos y emociones, de placeres no virtuosos, sin exceso de apegos con los
bienes materiales/personales. Una vida de indiferencia hacia todo bien o
condicionamiento exterior. Cumpliendo de esta manera con dicho principio,
accedemos a la Libertad Absoluta. Y logrando madurar y consolidar dicha libertad,
finalmente podremos alcanzar por instantes la arrebatadora experiencia mística
de la Felicidad Absoluta por medio de la meditación.